Algrin, el vengador
Una tarde el mundo se echó a perder. Es decir, ya estaba mal, pero de repente todas las fuerzas que habían permanecido aparte (Belcebú, por ejemplo, solo se podía percibir en algunas películas, pero en la vida real el hombre había asumido su papel con creces). Y los demonios, aparte de ser malos, son entes poco afectos a rehacer lo que ya está hecho.
Pero entre la tortura del abismo y la barbacoa, se dieron cuenta de que el mal era desparejo. Y si hay algo que un es demonio, es democrático. No porque quisieran desparramar la maldad en partes iguales, sino porque les da lo mismo un pobre muerto de frío que un acaudalado jeque árabe. En todo caso, saben que los dos tienen el mismo derecho a sufrir.
Entonces mandaron a Algrin, un demonio especialmente cruel. Al que debía matar lo dejaba casi muerto, pero le quemaba la casa. Si debia destruir todas las cosechas, dejaba algunas, intocadas en medio de la devastación, para sembrar la envidia y el agio. Pero al que no le tocaba la cosecha, le enfermaba al hijo de una enfermedad larga y mortal.
El demonio comenzó su tarea de manera sistemática y persistente. Debía hacer el mal sin mirar especialmente a quién. Y le fue dado el don de poseer la "Doble Maldad", que contenía la maldad de los propios demonios y la de los humanos. El don de la Triple Maldad solo puede conferirlo Dios mismo, y hasta ahora no lo ha hecho.
Algrin, cada tanto, era percibido como una asqueroso reptil, un grifo con ojos de rubíes incandescentes, como monedas de plata al rojo. Tenia alas de murciélago y su piel era negra y llena de verrugas supurantes. Podía poseer los cuerpos y no habia poder temporal que lo combatiera.
El mal aumento en una proporción de uno a tres. Fue terrible para la economía mundial. Las instituciones humanas centenarias caían entre el odio, la mortandad y las pasiones irrefrenables. Nadie estaba a salvo de él: los papas, los violadores, los esclavos, los enfermos. Estadísticamente perfecto: del universo total de seres humanos cada tantos mil, algunos cientos eran sistemáticamente desposeídos, ultrajados y engañados.
Un grupo disperso, la escoria del viejo mundo, la espesa cochambre llena de hambrientos y víctimas acobardadas, también percibió su presencia.
Lo llamaron Algrin, el vengador.
Pero entre la tortura del abismo y la barbacoa, se dieron cuenta de que el mal era desparejo. Y si hay algo que un es demonio, es democrático. No porque quisieran desparramar la maldad en partes iguales, sino porque les da lo mismo un pobre muerto de frío que un acaudalado jeque árabe. En todo caso, saben que los dos tienen el mismo derecho a sufrir.
Entonces mandaron a Algrin, un demonio especialmente cruel. Al que debía matar lo dejaba casi muerto, pero le quemaba la casa. Si debia destruir todas las cosechas, dejaba algunas, intocadas en medio de la devastación, para sembrar la envidia y el agio. Pero al que no le tocaba la cosecha, le enfermaba al hijo de una enfermedad larga y mortal.
El demonio comenzó su tarea de manera sistemática y persistente. Debía hacer el mal sin mirar especialmente a quién. Y le fue dado el don de poseer la "Doble Maldad", que contenía la maldad de los propios demonios y la de los humanos. El don de la Triple Maldad solo puede conferirlo Dios mismo, y hasta ahora no lo ha hecho.
Algrin, cada tanto, era percibido como una asqueroso reptil, un grifo con ojos de rubíes incandescentes, como monedas de plata al rojo. Tenia alas de murciélago y su piel era negra y llena de verrugas supurantes. Podía poseer los cuerpos y no habia poder temporal que lo combatiera.
El mal aumento en una proporción de uno a tres. Fue terrible para la economía mundial. Las instituciones humanas centenarias caían entre el odio, la mortandad y las pasiones irrefrenables. Nadie estaba a salvo de él: los papas, los violadores, los esclavos, los enfermos. Estadísticamente perfecto: del universo total de seres humanos cada tantos mil, algunos cientos eran sistemáticamente desposeídos, ultrajados y engañados.
Un grupo disperso, la escoria del viejo mundo, la espesa cochambre llena de hambrientos y víctimas acobardadas, también percibió su presencia.
Lo llamaron Algrin, el vengador.
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