jueves

Otra vez la lluvia

Recién acabábamos de hacer el amor, por última vez.
Era el jueves de semana santa. Llovían gotas pesadas, intermitentes. No teníamos dónde ir, nunca lo tuvimos. Así que la noche se nos había hecho en plena calle, en nuestros corazones y también tiñendo los árboles y el cielo. Como dos vagabundos, mientras todo el mundo iba por reparo seguro a la borrasca, nosotros buscábamos un lugar al resguardo vano de las miradas ajenas, alguna intimidad a la vista de todo el mundo.
Llorábamos, con inconstancia, imitando a la lluvia. Yo mucho menos, pero igual era casi llorar demasiado para mi gusto. Cada tanto, reparando en la inverosimilitud de mis lágrimas, ella me las enjugaba y soltaba más de las suyas, como queriendo hacerlo por mí.

-Yo sé que esto no es el final. No puedo imaginarte lejos. No puedo imaginar mi vida sin vos -dijo, con algo de bronca, entre dientes apretados-. Puedo imaginar que aparecés cada tanto, a lo largo de los años, y todo vuelve a ser real.


Nos sentamos debajo de unas casuarinas, que mientras no se empaparan completamente, nos servirían de refugio. Una gata peluda me picó en la mano, haciéndome ver estrellas de todos colores, por el dolor. No dije nada. Como la Any de “La Náusea”, comprendí que no era digno de ese momento semejante infortunio.

-No. Yo no puedo darme ese lujo. Tengo que matarte, o matarme. Poner entre nosotros una montaña que no se pueda escalar, un mar que no se pueda nadar. Lo peor de todo, es que si sé que me esperás del otro lado, voy a morir escalando, o ahogándome. Así que tengo que saber que elegiste bien, que no me necesitás, que sigo siendo un problema irresoluble. Haré mi vida, te olvidaré y seré feliz. Aunque ahora no lo sea. Esto que empieza hoy es lo que te perdés. El resto de mi vida.

-Lo peor de todo es que sé que tenés razón. Sin vos, mi vida va a ser una secuencia de días grises. Haré todo lo que se espera de mi. Me imagino satisfecha, casi feliz, por tener a mi entorno feliz. Mi vieja, Claudio, mis hermanos. Aunque cada tanto escucharé una canción y sabré que me equivoqué -me miró a los ojos, con total sinceridad-. Sos el más fuerte, al único que puedo resignar sin saber que lo destruyo. Elijo a Claudio, y sé que pierdo mucho, pero ellos no pierden nada. Si te elijo a vos, que sos el vacío, el “no hay futuro”, el riesgo de haberlos perdido por nada es demasiado.

-Ah, eso. Si, no te puedo decir qué pasará mañana. No te puedo decir cuánto tiempo te voy a querer. No lo sabés vos, tampoco, pero pretendés que sí. Que con decir “te voy a querer”, alcanza. Siempre supe que mi sinceridad, aunque sea la verdad más irrefutable, iba a terminar cobrándome caro. Es mejor mentir, ¿no?.

Pensó un rato. Su cara mutaba con cada línea de pensamiento. Pero llegaba al punto en el que todas las derivaciones terminaban en el mismo gesto: temor.

-No puedo -se puso seria-, me quedaría afuera de mi vida. Vos no me necesitás, entendeme. Claudio, sí. Mi familia, también. Si, soy una cobarde y ahora me doy cuenta. Aprendí mucho con vos. También cosas buenas -sonrió, entre las lagrimas-. Si te vas, no habrá océano que me separe de vos.

La lluvia nos había abandonado, de momento, dándonos la oportunidad de separarnos. La acompañe, en silencio, hasta la parada del colectivo. Entendía su lógica, pero no era la mía. Siempre aposté por mis afectos. Por todos ellos. No los segrego, ellos lo hacen por mí. Y ni siquiera así estoy conforme con eso, a veces.

Pero esta vez era distinto: la necesitaba, la quería, la amaba. Su decisión, la de dejarme y volver a la vida de la que había salido, era entendible. Yo era el presente, la vida. Ella prefería el futuro, la esperanza.

-No vas a saber más de mí. Este último beso, es el último. De verdad.

La besé, despacio. Con su aliento en mi boca, me dí vuelta, el corazón saliéndoseme por la garganta. A los cinco pasos, una vez que hube exhalado, quería volver con ella. Que me abrazara, que me dijera que no, que se quedaba conmigo. Pero no, íbamos a seguir siendo amantes durante años, siglos. Ella viviría las dos vidas, y yo, ninguna.
Decidí no verla más. No sabía cómo. De alguna manera, matándola, matándome. Poniendo una montaña inescalable entre nosotros, un océano que no pudiera cruzarse.

Jamás la volví a ver.

Y un día, mucho después, fui muy feliz.

No hay comentarios.: